Me fui al cine ayer. Vi unos animados franceses, de Sylvain Chomet (1963). La anciana y las palomas (1991, cortometraje) y Las trillizas de Belleville (2004, largometraje), ambos nominados al Oscar, 1997 y 2004 (si no me equivoco), respectivamente. Son, como siempre, películas poco vistas por la gente; esta vez fue en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG), en Altamira. No había más de diez personas.
Me entretuve, sobremanera, con la primera, una historia siniestra de hambre y aparente bondad.
Como siempre, olvide mi acúfeno más plenamente de lo que suelo olvidarlo.
Luego me fui al paseo Amador Bendayán, a ver si conseguía entre los peruanos que hacen tienda por allí la quinua, con resultados negativos: cerrado. La quinua la uso como alimento principal en esta dieta vegetariana que actualmente llevo. La quinua es un alimento especial, una harina procedente de granos, muy rica y alimenticia, contenedora de diez aminoácidos.
Cerré mi día en la plaza Morelos, entre la Cinemateca Nacional y el Museo de Ciencias, presenciando algo de un cómico argentino en materia infantil.
Luego me compre unos libros en los acostumbrados remates.
Debo decir que hacía una semana ya que no me distraía, y la cosa como que tiene su repercusión en el señor acúfeno. Sin ser nada extraordinario, dedicado al trabajo nomás en la computadora, con sesiones desde la mañana hasta las 4:00 PM, mi acúfeno se resintió un poco la semana pasada y lo pude oír con algo más de fuerza.
Pero, como dije, nada del otro mundo. Ha vuelto a su sitio, donde el suena y suena y no yo me dejo afectar.
Tal fue el domingo, día que refiero como ícono de los anteriores, en los que nada extraordinario ocurrió.