Otro fin de semana… en busca de distracción

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Me fui al cine ayer.  Vi unos animados franceses, de Sylvain Chomet (1963).  La anciana y las palomas (1991, cortometraje) y Las trillizas de Belleville (2004, largometraje), ambos nominados al Oscar, 1997 y 2004 (si no me equivoco), respectivamente.  Son, como siempre, películas poco vistas por la gente; esta vez fue en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG), en Altamira. No había más de diez personas.

Me entretuve, sobremanera, con la primera, una historia siniestra de hambre y aparente bondad.

Como siempre, olvide mi acúfeno más plenamente de lo que suelo olvidarlo.

Luego me fui al paseo Amador Bendayán, a ver si conseguía entre los peruanos que hacen tienda por allí la quinua, con resultados negativos:  cerrado. La quinua la uso como alimento principal en esta dieta vegetariana que actualmente llevo. La quinua es un alimento especial, una harina procedente de granos, muy rica y alimenticia, contenedora de diez aminoácidos.

Cerré mi día en la plaza Morelos, entre la Cinemateca Nacional y el Museo de Ciencias, presenciando algo de un cómico argentino en materia infantil.

Luego me compre unos libros en los acostumbrados remates.

Debo decir que hacía una semana ya que no me distraía, y la cosa como que tiene su repercusión en el señor acúfeno.  Sin ser nada extraordinario, dedicado al trabajo nomás en la computadora, con sesiones desde la mañana hasta las 4:00 PM, mi acúfeno se resintió un poco la semana pasada y lo pude oír con algo más de fuerza.

Pero, como dije, nada del otro mundo. Ha vuelto a su sitio, donde el suena y suena y no yo me dejo afectar.

Tal fue el domingo, día que refiero como ícono de los anteriores, en los que nada extraordinario ocurrió.

Más sobre Flores de Bach y acúfenos

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Ya tenía rato que no escribía, más de una semana, desde el martes 25 cuando referí cómo me puse a alborotar el avispero de mis ruidos (“Jorungando el avispero del acúfeno”).

He estado bastante ocupado, trabajando en páginas WEBs, escribiendo.  Especialmente, me he ocupado con las flores de Bach que, como saben, las estudié y ahora las suministro a amigos y gente que se interesen por su salud y por aplacar las emociones perniciosas para su vida, dado que para eso están concebidas.

Tengo un proyecto al respecto y consiste en abrir un blog con las experiencias curativas de los pacientes.  Tan rápido, ya tengo experiencias que contar, por supuesto, con la figura anónima de quienes allí aparezcan.  Para empezar, abrí uno, y publiqué ya una suerte de argumentación “atractiva” para motivar en otros el uso de las flores de Bach y su terapia.  Véase:  Flores de Bach y emociones.  Y, hablando comercialmente (ojo, apenas busco recuperar la inversión que hice en el kit floral), abrí una página en un portal de compra venta, donde ofrezco preparar las fórmulas de las flores de Bach y vendo este servicio por una módica suma; véase Flores de Bach en su casa. ¡Cúrese usted mismo!

Y respecto al acúfeno, el que sufro, el que tu sufres, amigo lector, y el que sufre el 15% de la población mundial (entre suaves y severos), he descubierto cosas desde que ando metido en este ambiente digamos bachiano.  He oído de dos casos, el primero de ellos sobre un piloto de aviones con ruidos repentinos, quien fue tratado por su esposa (practicante de la terapia floral de Bach) y con el tiempo le fue erradicado el tinnitus.  No tengo gran información sobre el caso, pero me fue referido por una persona que puede catalogarse como fuente “creíble”.

El segundo, refiere la situación de un señor con tinnitus, angustiado, a quien se le atenuó y le mejoró su tolerancia con unas flores de Bach que se suministran para los desesperados y pesimistas, a saber, Gorse.  Por cierto, declaro no haberla probado en mí, y no descarto hacerlo a futuro, luego de que tome debidamente el tratamiento que me tomo en la actualidad. Por supuesto, en la lógica de la terapia de Bach, está flor iría acompañada por otras, dependiendo de la configuración emocional de la persona que la reciba; no puede usarse como un estándar, así a secas.

En cuanto a mi lecturas y escritos, esta semana se fue en blanco (ni siquiera he visto las noticias), dado que no me pude dedicar oficiosamente a ellos.  El asunto de las flores de Bach, los pacientes que he empezado a tener, las páginas WEBs relacionadas, se llevaron todo el tiempo.

De mi ruido, puedo decir que sigue igual, pero en general mi ánimo ha estado bien, como les he dicho anteriormente, con pequeñas idas y venidas del ruido, es decir, con intervalos de tiempo en que lo oigo con más fuerza, afortunadamente intervales pequeños.  He descubierto, por ejemplo, que cuando trabajo bastante, mentalmente hablando, hasta el punto del agotamiento, mi acúfeno se presenta con fuerza, y mis pensamientos y bloqueos mentales no funcionan para “correrlo” de los laberintos de cabeza.

Siglo explorando.

Jorungando el avispero del acúfeno para curiosear

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Días sin novedad.  No he reportado gran cosa en el diario porque no ha habido gran cosa que reportar.  Mi acúfeno sigue inocuo en general, aunque ya les refiero un breve y curioso momento de ayer en la noche.  Después de llevar a mi padre el día jueves, mi madre vino también a la ciudad, el día viernes.  La vi, la saludé, la abracé y la llevé al aeropuerto el día domingo.  Vale oro mi madre, está llena de conocimientos y sabidurías; se preocupa por la salud, sabe de salud y medicinal integral, aunque su contextura sea algo robusta; su compañero no se queda atrás, de forma que cuando ambos hablan sueltas prendas interesantes, espirituales y útiles.

De tanto no darle importancia al acúfeno, varías semanas hace ya, ayer me puse a experimentar en la tarde, hasta la noche.  ¡Humanos necios que somos, ¿eh?!  Mi método ha sido no pensar en el acúfeno, estar ocupado siempre, no descansar la mente fijándola siempre en algo…  Pero ayer, como el que se acerca al precipicio para medir la distancia a pesar del vértigo, sentí que los nocivos pensamientos me jalaron.  Me puse a imaginar que pasaría la vida con ese concierto siempre a mi lado, que por qué, por qué no para, por qué a uno…, en fin… 

El resultado:  en la noche se me hizo patente el grillo y me resultó difícil dejar de pensar en él.  Espero no vuelva a ocurrir, es decir, yo mismo espero no ser tan travieso y no andar por ahí jorungando con un palo las colmenas de avispas. El grillo me acucio hasta que me dormi, afortunadamente rápido.

Hay que considerar que ayer fue un día especial, de paso:  hice ayuno desde el amanecer para ir a la cita con la hidroterapia de colon en la tarde, ero no hubo agua en el consultorio de la doctora, cancelándose mi cita.  Resultado:  pase mi hambre hasta tarde y me debilité algo.  Estuve con sueño durante el día, sueño que se incrementó cuando comí con redoblada hambre, hambre acumulada.

Hoy voy a mi acupuntura, y no sé si a los masajes Ceragem.  Se me amontonó la compra de unos medicamentos y el dinero, por cierto, no sobra.

Una semana agitada con un acúfeno inocuo

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Semana movida para mí y mi acúfeno, y lo digo de este modo para no olvidar, con la narración de algunas rutinas mías que pudieran parecer digresiones, que este diario es básicamente una relación de mi afección sonora.

Mi padre se fue el día jueves en la mañana.  Lo llevé al terminal, lo acompañe hasta donde pude, siempre contento porque pude compartir con él momentos de su vida en vejez. Es un alma suave y atrayente.

Visitó bastante, estuvo muy activo.  Camino por la ciudad, a pesar de no tener muy buena vista.  Anduvo de hijo en hijo, otros dos hermanos que tengo aquí en Caracas. Y se quedó mayormente donde una hermana que vive en San Martin.

Siempre estuvimos hablando de mis ruidos, del acúfeno, el tinnitus, y me contaba momentos duros vividos por él cuando padeció la andropausia (un porcentaje pequeño de hombres padece los síntomas de la andropausia, como la mujer la menopausia: bochornos, ansidedades, depresiones, etc).

Después de dejarlo en el terminal, me estuve en la calle rodando el carro con pasajeros.  Hacia la noche, subiendo a Catia, se me empezó a recalentar el carro y me detuve.  Me paré al lado de un bloque residencial cerca de El Amparo y lo examiné.  Tenía una rotura en el radiador, y yo tuve la fortuna de tener bastante agua para echarle y terminar de llegar a mi destino.

Mientras tanto, mi acúfeno parece cosa del pasado y no porque se me haya quitado, sino porque no me importa.  Dice mi esposa que seguramente me ha bajado tanto como para que yo no le dé la importancia traumática que al principio.  Yo no lo creo.  Sigue igual y he sido yo el del cambio:  he desarrollado defensa, murallas, vallas, trucos, ardides, artilugios para mandarlo al diablo.  Y no me ufano, digo la verdad.

No puedo vanagloriarme.  Soy algo supersticioso en esto.  Bastante sé lo sarcastica y cruel que puede ser la vida. Arrogancia, soberbia, son malas consejeras.  Pienso:  “¿Qué tal si un día subiera un poquito y me desequilibrara de un tirón todo lo logrado hasta ahora?”  Así que me mantengo tranquilo, modesto, humilde; jugar con la vida, con su destino, sus trampas, atemoriza siempre. Para retar a la vida siempre hay que recordar que se tiene una sola.

Ayer viernes me paré muy temprano…  Bueno, yo me levanto ahora a las 6:30.  El día me rinde más.  Me fui al taller y arreglé el vehículo.  Soldaron las celdas rotas del radiador.  Un tornillo había caído sobre el radiador y lo rompió.  Pague BsF. 200 y luego me fui a trabajar un ratito llevando prójimos para allá y para acá.

¿Escribir, leer?  ¡Oh, oh; nada de eso!  Aproveché la semana, la visita de mi padre, para no dedicarme a mis rutinas lectora-escritoras.  Un amigo me llama y me dice que me extraña en una WEB donde publico semanalmente varios artículos sobre política.  Le digo que tengo dos semanas sin concentración, sin producción.  Me invitó, de paso, a grabar un programa de radio y acepté.  Luego refiero.

Mi acúfeno está tan inocuo que provoca no esperar que se vaya.  ¡Que se quede allí el hijo de puta, si es su gusto, porque hasta ahora lo toreo tranquilamente!

En busca del silencio perdido: días de purga

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Sigo con el acúfeno igual, aunque ya no me importe tanto y ello, al menos, constituya la mejoría.  Estoy anímicamente mucho mejor y fuerte.

Sobreviví a la purga del día de ayer:  un cuarto de litro de aceite de oliva, quince limones, piña durante todo el día, galleta de soda y agua de papelón en la tarde.  No me afectó el hambre. No me acució la gana de evacuar en ningún momento.

Me hice mi acupuntura a las 4:00 PM y suspendí los masajes Ceragem.

Como les dije ayer, fui al baño y me dediqué a “pescar” los cálculos que me indicó la doctora.  Y los pesqué:  ocho, entre pequeños y grandes, últimos estos de hasta dos centímetros de diámetro.

Al respecto, estoy dudoso.  ¿De dónde procedieron?  ¿Estaban alojados en algún órgano?  ¿O simplemente constituye un mecanismo homeopático de replicar afecciones reales con sustitutas?  ¿Se busca un efecto placebo, no habiéndose desalojado en la realidad ningún cálculo de mi organismo?  Misterios del consultorio de la doctora, a quien le preguntaré en la próxima sesión e informaré aquí sobre ello.  Lo cierto es que expulsé grandes cálculos y cuando me pregunto de dónde vienen lo primero que se me ocurre es que son una concreción físico-química de los ingredientes ingeridos (aceite de oliva, limón, piña y los residuos orgánicos).  Queda pendiente.

Mientras tanto, tengo la siguiente dieta por tres días:  agua de papelón y pan árabe como desayuno; crema de auyama o apio sin aceite y arroz integral y vegetales sancochados como almuerzo; avena sin leche y con pasas y papelón como cena.  Tal es el día uno.

Día dos:  Yogurt natural con miel y frutas dulces como desayuno; sopa de papa con cebollín, pimentón, sal, sin aceite, y arroz integral sin aceite, y huevo sancochado o pan árabe, como almuerzo; frutas surtidas como cena.

A partir del día tres puedo comer de todo, menos granos durante siete días.

Veremos, andamos. Todo sea por reencontrar el silencio.

Hoy sigo mi día.  Tengo movida.  Llevaré en la tarde a mi padre a Guatire por unas maletas y luego me lo traigo a Caracas, para esperar irse mañana a Puerto Ordaz. 

Purificando el organismo: vegetariano, en reposo y bajo purga

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Esta semana, como ya empezó, al parecer será como la anterior:  sin disciplina ni programa en cuanto a mi rutina para escribir y leer.  Como dije, tengo visita y al presente sigo la hidroterapia de colon.  Ahora mismo estoy bajo los efectos de un purgante que me recetó la doctora.

Empecé a las 4:00 AM tomando un cuarto de litro de aceite de oliva, seguido por el jugo de quince limones, y por quince vasos de jugo de piña, estos últimos espaciados a lo largo del día, cada media hora.  Las indicaciones:  no puedo bañarme, debo andar con los pies a cubierto, no puedo comer más que lo indicado (jugo de piña), quedo sujeto a una dieta especial durante los dos días siguientes, debo suspender todo medicamento, entre otras linduras.  El objetivo:  bueno, la limpieza conocida que acarrea todo purgante, en mi caso con énfasis en los riñones, por lo que deduje de las palabras de la doctora.  Ella espera que yo expulse en las heces arenilla o cálculos (que supongo no serán de los riñones), para lo cual debo estar ojo alerta. Ella espera mi depuración global orgánica, para generar un marco curativo de salud.

Tales arenillas o cálculos, en palabras de la doctora, son pequeñas y gomosas partículas que tienen la peculiaridad de flotar, listas para que yo las pesque.  Porque es así, ¡debo pescarlas y guardarlas en una botella de vidrio!, con el propósito de tener una idea de la dimensión de su efecto en mi organismo.

Me parece interesante en lo tocante a los riñones, más cuando pienso en lo que he leído en la medicina tradicional china, que postula que los riñones son una especie de ventana o vaso comunicante respecto de la normal fisiología de los oídos.  Y, como saben ya, señores lectores de estos reportes, quien escribe padece de acúfeno y lucha por vencerlos.  De modo que me cuadraría al propósito la limpieza de mis riñones (la purga tiene un efecto general, sobre varios órganos) y la expulsión de cualquier impureza de su interior, impureza que pudiera estar enviando anómalas señales de salud hacia mis órganos de audición.

Mi cuadro de tratamiento actual es el siguiente, para actualizar el caso:

  • Soy vegetariano (hasta el mes de noviembre), como medida marco para los actuales tratamientos que recibo
  • Me administro por mi cuenta:  zinc, magnesio, manganeso, flores de Bach, aromaterapia.
  • Tomo los medicamentos de la homeópata para el oído, así como minerales y suplementos dietéticos.
  • Me aplico acupuntura y practico yoga (suspendido el último mientras hago el tratamiento)
  • Me aplico masajes Ceragem semanalmente

Un punto aparte lo constituyen los medicamentos para combatir las condiciones generadoras de sinusitis y afecciones en la zona nasal, dado que la doctora barrunta que mi acúfeno se debe a la contaminación de moco hacia mis áreas auditivas.  Me recomendó cirugía para corregir mi tabique desviado.  Sin embargo, en lo personal, difiero de ella porque ya yo teniendo problemas con el tabique desviado no presenté nunca acúfeno hasta que me dio la otitis.

Quizás tenga razón y después de la otitis mi área auditiva haya quedado contaminada.  Al respecto, tengo pendiente unas placas y tomografías con el otorrino.  Esto compagina con la opinión de este último, quien cree que alguna partícula extraña quedó adherida a mi cóclea o caracol, generando el pito, como lo llama él.

Calentando mi acúfeno en el Centro Termal Las Trincheras

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Podría ser un poco engorroso resumir mi actividad este fin de semana pasada recién pasado.  Baste decir que viajé hacia el Centro Termal Las Trincheras, visité Valencia nuevamente y no hice vida citadina en Caracas.

Me fui el viernes y regresé ayer con la caída de la noche.  Esta vez me hice acompañar por mi papa, de setenta años, para que, como dije, aproveche los beneficios del agua.

Me la pasé todo el día sábado metido de cabeza en la piscina, en el sauna, en el lodo y comiendo.  Todo sea por la salud, como ahora digo, después de estar padeciendo este lindo acúfeno.

No hubo nada extraordinario.  Nos alojamos en una posada adyacente al Centro, de donde nos proyectábamos a los alrededores, pernotamos y nos vinimos hacia el mediodía del domingo, pasando primero por Valencia, deteniéndonos un ratito en el centro comercial Metrópolis, para comer, una vez más.

¿Mi acúfeno?  Bueno, me sumergía en el agua caliente sulfurosa de las piscinas y lo oía a placer.  Está allí, como he dicho, existiendo sin que me joda tanto como antes, cuando sobreexistía y mi vida era una sobredimensión.  Yo continúo mi vida y mi busca de sanear el organismo para ver si en algún momento se le ocurre marcharse, comprendiendo que nada puede hacer ─ni como síntoma ni como enfermedad─ en un cuerpo saludable.  ¿No parece lógico que no existan plantas parásitas en un huésped sin savia?   Así se me figura el acúfeno que alojo:  una ventosidad agregada que tengo que dejar de alimentar.

Por lo demás, llegue a casa, comí, vi una película protagonizada por Michael Douglas (Hombre solitario) y me dormi de un tirón. La película, ¡vaya!, es deprimente y parece una elegía a un hombre que empieza a incursionar en la tercera edad. Después de una vida de triunfos y puertas abiertas, su historia es un constante cerrar de puertas y… ventanas.

Acúfeno y planes, algunos sueños

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Ahora mismo tengo visita en casa.  Desde tierras orientales venezolanas, mi padre me visita.  Ante su curiosidad por mi salud, refiriéndose a mi acúfeno, le he contestado que cumplo ya dos semanas con acúfeno manso, hecho que celebro no con mucho ruido por aquello supersticioso de no darse muchos créditos para que no advenga luego una mala racha.

La semana ha volado.  Ayer me hice mi hidroterapia de colon, la quinta de un tratamiento de diez; también, como siempre, me apliqué acupuntura y masajes Ceragem, la primera el martes y los segundos el martes y jueves.  El lunes me purgo, y en su momento les refiero sus beneficios y con qué ingredientes.  Mañana parto al Centro Termal Las Trincheras, en Naguanagua, Valencia.  Voy con mi padre, para que él también, ya septuagenario, aproveche las propiedades curativas de las aguas de montaña.

Por la actividad (acondicionamiento del vehículo, compras, etc), no he escrito ni leído gran cosa.  Lo hago nuevamente el lunes.  Es lo bueno de no trabajar con horarios y ser libre en la medida de lo personal. Hay mucho trabajo. Quiero aprender tantas cosas. Me gustaría me riendiera el tiempo, queja que lanzo a pesar de que me muevo por horarios. En plazo breve, estaré considerando realizar unos cambios en mis rutinas y hacerme un poco más espiritual y literario, si cabe la expresión. Esto es, disminuir un poco mis pasiones políticas y dedicarme un poco más y mejor a la literatura. Tengo planes para reorganirzar lo escrito, terminar una nivola corta que tengo casi lista y centrarme en nuevos proyectos. Empezaré a ejercitar mis amores por la literatura y escribiré un poquitín más ambiciosamente. Todo esto, acúfeno mediante… Amén.

Dándole patadas en el trasero al acúfeno

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¡Epa, esto como que se convierte en un semanario en vez de un diario!  No reporto nada sobre mi persona y respectivo acúfeno desde el día viernes.

Veamos por orden, siempre haciendo la salvedad de que he estado mejor, ya me entienden, el acúfeno igual y yo más fuerte.

El viernes escribí durante toda la mañana.  En la tarde fui a mi sesión de hidroterapia del colon, siempre teniendo en cuenta que sigo un ayuno desde las 7:00 AM hasta la misma hora del día siguiente, amén de tener la debilidad y somnolencia que me genera.  No obstante, me instalé en mi vehículo y me lancé a la ciudad, a trabajar un pelín.  En esos días, sólo tomo agua de coco y como peras.

El sábado fui al mercado y compré tierra abonada para mi jardinería.  Ahora, aparte de que me gusta cultivar plantas y criar animales (tengo peces, conejos y acures), me gusta internarme entre el gentío del mercado y sus ruidos, para perderme un poco con mi incómodo acompañante, quien se jode porque no lo oigo y deja de existir para mí por un largo momento.  Ansioso de venganza del día anterior (día de ayuno), me fui en la tarde a comer vegetariano en Sabana Grande:  dos raciones, y quedé sin apetito hasta bastante tarde.  Luego tomé mi vehículo y me lancé a la ciudad, a tratar de olvidar entre la gente y el tráfico, entre el nervio y el ruido, mi sonora condición de acúfeno.

Este día sábado tuvo una particularidad.  Me había comprometido a presentarme en Catia ante una persona y no pude cumplir.  Toda la tarde estuve pensando en tal compromiso, mientras comía, mientras manejaba, mientras pensaba…, y valga la pensadera.  A la final no fui a ningún lado y viví la presión de procurar que mi tiempo rindiese.  Fue un día negativo, de estrés, quizás de ansiedad, pero sin acúfeno agresivo, afortunadamente.  De todos modos me he propuesto no volver a pasar por semejante situación amenazadora de mi equilibrio.  La próxima vez, si no hay tiempo, ni iré y me quedaré tranquilo, tratando de no llamar telefónicamente tampoco hacia la zona del “conflicto” para no mortificarme más.  Y si lo hago, diré apenas que no se pudo y ya, que hice lo posible y ya; no tiene caso llorar sobre la leche derramada, como dice el cuento.

El domingo me levanté algo tarde por la noche del sábado, cuando vi una película en el computador.  El cazador (1.975), de Akira Kurosawa, tremendamente humilde y triste, pero bellamente triste.  Es ganadora de premios y un Oscar.  Trata sobre un tema que cada quien alguna vez ha vivido en las zonas rurales:  conseguir personas muy interconectadas con la naturaleza, esto es, muy naturales, de gran corazón y sinceridad.  Gente llana y pura que hace que uno, con tantas afecciones citadinas, piense en su vida como un cúmulo de basuras.  Así de simple.

Ayer lunes me tocó otra sesión de hidroterapia del colón.  Nuevamente ayuno de agua de coco y peras, hasta hace una hora de hoy, que comí un desayuno voluminoso de quinua, lechuga, huevos y avena.

Hasta el día de hoy, como siempre les digo, el acúfeno está allí, igualito, pero yo ando en una de darle muchas patadas en el trasero, obligándolo a arrinconarse.  Y así espero continúe la cosa. Caso contrario (¡dios!), ya informaré.

Acúfeno y habituación

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¿Les he dicho que estoy como habituándome al acúfeno?  Parece un efecto inevitable cuando tú comprendes que la vida no acaba y debes continuar.  Lo digo porque él sigue allí, rampante o campante como siempre, pero cada vez son mayores los períodos de tiempo en que lo ignoro.  Y lo digo, también, porque, a pesar de lo problemático que pueda resultar, uno continúa su diaria vida, intenta recuperar su rutina, superado el trauma inicial, por supuesto.

Para quien anda estrenándose en esta temible afección, leer aquí que habituarse es lo que queda cuando no puedes derrotar tajantemente al enemigo, con seguridad ha de resultar desalentador.  La pregunta es:  ¿qué pasa con esta afección?,  ¿es invencible?, ¿tendré que vivir con ella? 

La respuesta mía es la que di:  la vida continúa y, si el acúfeno no es del todo inhabilitante, ha de continuarse con lo que te deje habilitado para vivir.  ¡A caminar con los respectivos grillitos en la cabeza, a menos que no se quiera vivir más con un pequeño o gran ruido en medio de la testa! Para los que tienen un acúfeno severo o molesto, piénsese en quienes tienen otro traumático, realmente inhabilitante, esas personas que prácticamente no oyen el exterior por causa del alto volumen de sus ruidos internos.

Claro, es la verdad:  puede sonar a resignación.  Tener que aceptar un ruido para siempre, cerrar la lucha en el alma para hacerlo, suena tremendamente desolador.  Pero hay que decir que no es del todo así, no es exactamente resignación, en mi opinión:  es, mejor dicho, avance, derrota parcial del acúfeno al no hacerle mucho caso para continuar con nuestras vidas y rutinas.  Es muy probable que en lo sucesivo tenga lugar el fruto ansiado, sea ya por la causal indiferencia o por otras razones:  su erradicación y derrota completa.

Siempre recuerdo al señor aquel que se cayó del caballo y duró dos años con el tinnitus; se puso a trabajar en un mercado como vendedor para ahogar el ruido y, con el tiempo, su infierno cejó, desapareció.  A su decir, inicialmente, sufrió mucho.

Para quienes logran superar el impacto inicial, lo dicho es una fase inevitable.  Se quiere continuar, se quiere sanar, se decide aceptarlo allí bajo ignorancia mientras la cura llega, o mientras la enfermedad se va.

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