Escribo dando continuidad a la entrada “Se me empozó agua en el oído, subió el acúfeno”.

Allí les narraba que se me había empozado agua en el oído derecho, que se me había potenciado a diez el ruido y que tenía dolor y, finalmente, me aterraba quedarme así para siempre.

Debo contar el final de esa historia, afortunadamente feliz.

Fui al médico en la tarde, después de escribir ese post aterrador para mí.

Mi otorrino fue certero.  Le eché el cuento y, de inmediato, introdujo su lupa en mi oído derecho primero.

─¡Tienes dos hongos! ─exclamó como con gran satisfacción profesional─:  ¡El nigricans y el albanicans!

Embotado en mi ignorancia sobre lo que acababa de oír, yo le pregunté si era algo grave, si no impediría que bajase mi ruido, lo cual constituía mi gran pesadilla.

─¡Nada de eso, Camero! ─me alivió al tiempo que empezaba a revisarme el otro oído─ .  Ya lo trataremos.

Mi otro oído salió ileso.

Conversamos un rato.  Concluimos que la fuente de contagio fue el balneario de las aguas termales “Las Trincheras”, adonde viajo mensualmente.  Opinó que eran unas maravillas de aguas medicinales, pero hoy muy hacinadas y visitadas por gentes muy enfermas.  Me recomendó bañarme en adelante con tapones en los oídos, cosa que he seguido al pie de la letra en mis sucesivos viajes.

Me limpió mi oído chillón, bombeándole agua y algunos químicos, además de aire, y el bendito ruido bajó en el acto.  ¡De diez a uno!  Es decir, volvió a nivel manejable que tenía antes de la infección.

Salí de ese consultorio exultante.  Me dije que, de no subir más el nivel de ruido que tenía, podía así vivir toda la vida.  Había descubierto que hay cosas peores y que mi lesión de acúfeno era una payasada comparado con otras.