Empezando la semana, nuevamente, como debe continuar la vida.
Lo último escrito fue el día viernes pasado y fue sobre una virosis que me dio cuyos síntomas de tos con dolor y flema pude controlar con aromaterapia. (Véase “Fórmula de aromaterapia para el resfriado: acúfeno y vida”).
La enfermad, finalmente, se desarrolló en mí, como se corresponde inexorablemente con el ciclo de vida del virus. Me encamó los días viernes y sábados, impidiéndome en este último asistir a clase mensual de “Masaje y energía” en la Escuela Nei-Jing.
El cuadro de malestar general en el cuerpo no lo pude combatir y eso sí me sitió. Debilidad, falta de energía, dolores y calambres óseos. No hubo aromaterapia ni tiempo ni conocimiento ─tal vez─ para mitigarlo. Ya pasó.
Me vi precisado a llamar a mi doctora, quien me tiene prohibido, durante el tratamiento de limpieza orgánica que recibo, que me automedique o consuma cualquier recetado de la medicina convencional.
Ya el domingo estaba en condiciones de caminar. Dos días duró el ataque demoledor del virus. Estoy seguro que aprovechó la oportunidad para infectarme cuando, en ocasión del ayuno de la semana pasada, que sólo comí pera y bebí agua de coco, se me bajaron las defensas. Es una lógica. Además, ahora que recuerdo, tuve interacción con una persona afectada de gripe y fiebre el día martes o miércoles.
El mundo está lleno de apestosos, amados o no, pero que igualmente te “pegan” la gripe o peste. Y la peste es una sola, así a secas, sin vaselina, sin contornos humanos sentimentales de por medio.
Caminé el domingo por la plaza Morelos, lados de la Cinemateca Nacional y parque los Caobos. Entré al Museo de Ciencias Naturales y vi una exposición de animales africanos disecados. Vi una película venezolana llamada La boda y, en general, distraje mi acúfeno por aquí y por allá. Quien quiera curiosear sobre lo que hay en el Museo de Ciencias, puede ver esta entrada de otro blog que llevo: “Afríca y Venezuela en el Museo de Ciencias Naturales”. No cobro por ello; mi acúfeno paga (risas).
Para mi fortuna, durante el desarrollo de la enfermedad, mi acúfeno remitió bastante, cosa sorprendente para mí, neófito que soy en estos asuntos de ruidos. No lo oía mucha; se dirá que se apiadaba de mí, afectado ya por fiebre, no queriéndome martillar más la vida con una corneta irresistible en los oídos.
Al menos eso agradezco.