Mi variaciones auditivas.  Ahora me estudio como un objeto, sacando a diario conclusiones, a veces preocupado por atender tanto las vicisitudes de mi oído con este diario cuando la recomendación manda que las ignores.

El día de ayer jueves fue excelente, de baja sensibilidad de mi parte hacia el acúfeno.  Él estuvo allí y yo por aquí, como pocas veces, muchos ratos olvidándolo, cual amigos distanciados.  Y ello a pesar del hecho de haber tenido un percance de dos horas con el sueño por la novedad del ventilador, condición (falta de sueño) que en mi caso me sensibiliza bastante respecto de la percepción del acúfeno.

Jorungué mi teclado hasta el mediodía, cuando salí al mercado de Quinta Crespo a comprar unas hierbas, mismas que no conseguí.  En su lugar, me compré un buen extractor de zumo que vi en oferta (BsF. 400).

Como ahora tengo ciertos conocimientos en alimentos y dietas, flores y aromas, tengo ya mis alumnos, y ayer mismo les dispensé una visita y les hice indicaciones para que realicen la dieta de los zumos que recomienda Coleman en su libro sobre los acúfenos.  Limpiadora, desintoxicadora, curativa.  He preparado un manual y esquema resumidos, para los interesados.

Después de caminar un rato por la tarde explorando tiendas naturistas (ahora parezco una vieja, pendiente de matojos y enfermedades, como siempre me he burlado), me fui a casa.  Caí como roca entre las sábanas, corrido en sueño hasta el día de hoy.

Comento que el hecho de sentirse uno mejor hace que relajemos los controles, como me ocurrió ayer.  Véase:  contento con mi baja acufónica, no me apliqué la mascarilla al mediodía y, antes de dormir, no tomé el medicamento naturista para el sueño.  Veremos, veremos.

Otro punto, que casi olvidaba: cuando en la INTERNET buscaba un ruido similar a mi acúfeno para ilustrar mi sonoridad en la entrada anterior de este diario, me ocurrió algo extraordinario, algo que prácticamente anuló mi acúfeno por minutos.  Véase los sonidos en cuestión en “Un grillo cantando en una plaza, cual mi acúfeno en mi oído”.

Oyendo tantos ruidos sobre grillos y puertas chirriantes, similares al mío, especialmente el de la pradera de grillos, hubo un momento en que mi acúfeno se fue y me dejó en silencio.  Lo comprobé al ir a la cocina de la casa.  Me dije:  “Increíble, hay silencio!”  Cosa que no duró gran cosa, porque, como si llamara al maestro para empezar un concierto, volvieron los coños de sus madres volvieron.

Ocurrió que la mezcla de sonidos con el mío de algún modo creó una confusión en mi cabeza, en las señales sonoras que viajan hacia el cerebro, quedando quizás el mismo cerebro perplejo, dejando de sonar o percibir sus fantasmales ruidos al detectar sonidos similares en el ambiente.

En el acto me puse a pensar y a empezarme a preparar para aplicarme yo mismo una terapia de habituación y de ruido blanco que describe Coleman en su libro, que consiste en oír diariamente durante dos horas un sonido (ruido blando) por debajo del acúfeno e irlo aumentando progresivamente durante varias semanas, hasta hacer desaparecer (presuntamente) este nuestro calvario chicharresco.

Si mal no recuerdo, el autor lo llama “terapia de reentrenamiento neurofisiológico”, y tiene como fundamento “montarle” una competencia sonora al cerebro con un ruido real, de modo que con el tiempo él considere inútil seguir generando u oyendo el ruido que oye fantasmalmente, dado que ya tiene uno que le viene desde el exterior.  Coleman habla de “engaño” y “confusión” en el sistema cerebral:  cuando se deje de emitir el acúfeno, uno empezaría a quitarse también el ruido artificial, y he aquí que habría al fin una cura y el ansiado silencio.  A su decir, ha habido muchos casos de cura, y es un tratamiento que uno puede hacer en casa. 

Apenas consiga un generador de ruido blanco, lo pondré en práctica e iré consignando los resultados a través de este medio.